El continente desplaza al contenido. Era algo que venía sospechándose desde hace algún tiempo, pero la ampliación del Museo del Prado ha venido a confirmarlo. La fastuosidad de las inauguraciones ha concentrado tanta atención que más de uno se ha olvidado de los cuadros.
La andadura de este nuevo Prado se inicia con la exposición El siglo XIX en el Prado, una antología que reúne más de un centenar de obras de la época. A la muestra pertenece el primer cuadro que se colgó en una de las salas de los 20.000 metros cuadrados que acaban de estrenarse, El testamento de Isabel la Católica, de Eduardo Rosales.
Todos estos lienzos han pasado más de diez años relegados a algún rincón oscuro del Casón del Buen Retiro que, en estado de obra permanentemente, los ha albergado sin que el público pareciera echarlos de menos. Claro, teniendo tan a mano los "greatest hits" de Goya, El Greco, Tiziano o El Bosco, no es nada fácil.
Tradicionalmente se ha considerado la pintura del siglo XIX como como una etapa menor en la historia del arte español: algo así como un páramo desolado y decadente, flanqueado por las cumbres de Goya y Picasso. Acusada de academicista y de ajena a novedades estilísticas como el romanticismo, el realismo o el impresionismo, sólo algunos nombres como el de Sorolla se han salvado de la quema.
Ésta es una ocasión para darle una oportunidad a un periodo de la pintura no muy conocido por el gran público. Feliciano Páez-Camino, historiador y profesor de Historia del Arte, es uno de los aficionados que con la ampliación ha redescubierto estos cuadros. “No es fácil tener la sombra de Goya y Velázquez detrás”, admite. “Con el tiempo me he ido dando cuenta de que es una pintura de calidad, con una buena base académica y relativamente vinculada a las novedades de su tiempo”, añade.
La mayoría de estos lienzos, además, comparten la particularidad de no provenir de ninguna de las dos fuentes principales de suministro del museo: las colecciones reales y las desamortizaciones eclesiásticas. Las obras que hoy se exponen fueron las primeras en ser adquiridas con la idea de agradar al gran público. Una especie de versión primitiva de la industria cultural, vamos...
“El año pasado, se pudieron ver en una misma sala El fusilamiento de Maximiliano, de Manet; La masacre de Corea, de Picasso y Los fusilamientos del 3 de mayo, de Goya y me pareció que El fusilamiento de Torrijos de Antonio Gisbert habría aguantado el tipo”, señala Páez-Camino.
Los fusilamientos de Torrijos, de Antonio Gisbert, uno de los platos fuertes del nuevo Prado
El Prado se ha vestido de gala y está de moda, tal y como lo demuestran las largas colas que los visitantes están sufriendo estos días. La gratuidad de la entrada hasta el próximo 4 de noviembre, dicho sea de paso, también ha aportado algo de su cosecha a las aglomeraciones. Los que sean capaces de aguantar esperas de la magnitud de las de la Expo 92 podrán, si así lo desean, darle una nueva oportunidad a estos cuadros durante tanto tiempo olvidados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario