Este extraño fenómeno, que ya ha sido bautizado como Problema del Colapso de las Colonias (CCD), ha reducido en un 25% los enjambres de Estados Unidos y amenaza seriamente a la productividad de las cosechas.
La ecuación ecológica es sencilla: si no hay abejas, nadie liba el néctar de las flores y el polen no pasa de una a otra. El resultado es que miles de cultivos se encuentran en grave peligro porque la fertilización se reduce significativamente.
El estado de California, del que sale el 80% de la producción mundial de almendras, sufrió graves problemas para sacar adelante su cosecha de la temporada pasada. El Congreso llegó a investigar y debatir en abril este fenómeno, que desde el año pasado tiene en jaque al sector agrícola norteamericano. Sin embargo, Daniel Weaver, presidente de la Federación Estadounidense de Apicultores, considera que la situación es todavía “crítica”.
Las abejas también han dejado a los apicultores al borde de una crisis nerviosa en una decena de países entre los que se cuentan Taiwan, Alemania, Polonia, Francia Brasil, Grecia o Italia. España no es una excepción y Galicia es una de las comunidades que más está sufriendo la desaparición misteriosa de abejas.
El CCD no entraña de momento ningún peligro para los consumidores, que pueden estar tranquilos y no deben temer por alzas en los precios de la miel y la jalea. Los productores, que se están arruinando, no pueden decir lo mismo. Jesús Asorey, secretario técnico de la Asociación gallega de apicultores, calcula que en los últimos diez años un tercio de las personas dedicadas al sector en esta región se han visto obligadas a abandonar su trabajo.
Pero, ¿qué hace que estos pequeños insectos decidan esfumarse? Algunos expertos han manejado la teoría de que es el cambio climático el que ha motivado la fuga masiva, pero Arosey lo descarta. “Las abejas existen desde hace 80 millones de años y han superado cambios de temperatura mucho más fuertes”, indica.
La Asociación gallega de apicultores señala un único y claro culpable: los insecticidas neurotóxicos. Estas sustancias causan daños agudos y crónicos que afectan al sistema nervioso del insecto. Traducción: las abejas salen a polinizar plantas, se desorientan y no saben cómo regresar a las colmenas, que se quedan vacías como por arte de magia.
La fuga de los llamados "ángeles de la agricultura" ha puesto contra las cuerdas a apicultores y horticultores
Esta hipótesis explicaría comportamientos anómalos para las abejas, insectos con un gran sentido de la jerarquía social, que de la noche a la mañana han pasado a abandonar a sus reinas en la colmena sin explicación alguna.
En algunas zonas coruñenses cercanas a cultivos hortícolas, que es donde más se emplean este tipo de pesticidas, han llegado a desaparecer entre el 80 y el 90% de las abejas. Las armas de las llamadas “agriculturas desarrolladas” se vuelven ahora contra cultivos frutales como el melocotón, la pera o el melón, cuyos índices de productividad se ha visto mermados.
“Los agricultores se quedan sin cosecha y eso es lo único que preocupa en Estados Unidos, pero hay flores que podrían llegar a extinguirse, porque no hay polinización”, apunta Arosey. Tras apicultores y agricultores, el equilibrio ambiental podría convertirse en la siguiente víctima de las abejas fugitivas.
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