Lada Avakian y Kazaros Kazarian se conocieron estudiando la carrera de matemáticas en Armenia. Años después, ya casados y con una hija, Kazarian recibió una oferta para trabajar durante un año en un proyecto de la universidad Autónoma. La familia Kazarian hizo las maletas y aterrizó en Madrid. Papeleo: el justo. La beca del profesor era suficiente para justificar su estancia en el país y para obtener su permiso de trabajo. Pero esto fue hace quince años. Entonces, como cuenta Lada, era más fácil gestionar los permisos. Más adelante "se empezaron a complicar las cosas". Había que hacer larguísimas colas para renovar los papeles y "se pasaban nervios", algo que sigue ocurriendo en la actualidad. Por eso Lada ve con buenos ojos la creación de la tarjeta azul, la última propuesta de la Unión Europea.
Europa está falta de inmigrantes altamente cualificados así que ha decidido abrir la mano. Para ello, hoy, la Comisión Europea ha aprobado en Estrasburgo la propuesta para la creación de la tarjeta azul, que es un permiso de residencia y trabajo especial que se cursa en un máximo de treinta días. Entre sus ventajas permite al trabajador vivir dos años en el país de destino prorrogable a dos años más en los que tendrá libre movilidad por Europa. Tras este periodo obtendría un permiso de larga duración. Además, el cónyuge conseguiría de forma automática sus papeles de trabajo. Ahora la propuesta deberá ser aprobada por los Veintisiete.
La tarjeta surge como un intento de atraer a Europa a los inmigrantes cualificados que tradicionalmente escogen Estados Unidos, Canadá o Australia como destino. Pero no hay que llevarse a engaño, no es la facilidad en los trámites lo que hace que los trabajadores elijan estos países. Jorge Escuder -no es su verdadero nombre- es argentino y trabaja en un gran banco en Nueva York. Él ya tiene la green card, que es el equivalente estadounidense a la tarjeta azul. "Conseguirla no es nada fácil", asegura. El primer requisito es haber vivido y trabajado en Estados Unidos, lo que implica haber conseguido una visa de trabajo. Además, se exige demostrar que uno es más capacitado que otro estadounidense para realizar la tarea, y, claro, tener un contrato. Es algo parecido a lo que exige la tajeta azul: un contrato de un mínimo de dos años y un sueldo que multiplique en tres veces el salario mínimo interprofesional del país.
Estos requisitos buscan garantizar, como ha explicado el presidente de la UE, José Antonio Durao Barroso, que "no se abre la puerta a veinte millones de inmigrantes sino a 70.000". Bien, pero una tarjeta no parece razón suficiente para atraer a estos trabajadores a Europa. Así lo explica Juan Mulet, director general de la fundación Cotec para la innovación tecnológica. Para él la puesta en marcha de esta tarjeta es positiva, aunque eso sí, enmarca la iniciativa en un paquete que debe seguirla. "Lo importante es crear un espacio europeo de investigación real. La gente se va a Estados Unidos porque se pueden mover libremente por todos los estados, porque la colaboración entre proyectos nacionales es una realidad y porque no tienen tanta variedad de lenguas y de políticas como en Europa".
La competencia con Estados Unidos, Canadá y Australia no ha sido el único fleco de esta propuesta legislativa. La controversia acerca de si la tarjeta azul promoverá la fuga de talentos de los terceros países ha acompañado la gestación del proyecto. Hay quien considera que la creación de estas facilidades sí favorece la fuga de cerebros de los países de origen. Y es que si no existieran estas tarjetas seguiría habiendo trabajadores que lucharían por encontrar la manera de trabajar en Estados Unidos o en Europa, pero a juicio de Juan Mulet, "habría muchos de estos que fallarían en el camino. Más aún, la tarjeta fomentaría a aquellos que de otra manera quizá no hubieran considerado irse al exterior, a hacerlo ya que el proceso le sería más facil".
La propuesta europea, no obstante, nace con el propósito de evitar los "nefastos efectos" de la fuga de cerebros en los países en desarrollo limitando políticas de contratación activas por parte de los Estados Miembros. Pero esto plantea de nuevo al debate eterno sobre si la fuga de cerebros es algo positivo, porque los trabajadores que vuelven a su país aplican el conocimiento adquirido en el exterior, beneficiando de esta manera al mismo, o si solo reporta beneficio personal o en el país de destino. Armando de la Rosa trabaja para la compañía Shadow Robotics en Londres e investiga acerca de brazos robóticos. Armando es mexicano y lleva en Inglaterra cuatro años. Para Armando la fuga de talentos "no es una pérdida completa". Los emigrantes de su país crecen profesionalmente en el extranjero, los que vuelven "ayudan al avance de México". Los que no lo hacen también contribuyen. "Hay pequeños pueblos en mi país que subsisten gracias al dinero que mandan los trabajadores que están fuera".
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