Puede que José Montilla, president de la Generalitat, fuera a comienzos del verano a su Córdoba natal y no le quisiera comprar romero a una gitana a la puerta de una iglesia. Puede que ni siquiera estuviera en Andalucía ni viera a ninguna gitana. Pero alguien le tiene que haber echado un mal de ojo al ex ministro de Industria porque, cuando en noviembre de 2006 asumió su cargo de president, nadie le advirtió de la que le caería encima a partir de junio del año siguiente. "Si lo sé no vengo", debe estar pensando. Lo peor de todo es que lo malo para Montilla, en este caso, es malo para Barcelona.
El mal fario comenzó el 17 de junio. El Barça tiró por la borda ser campeón de Liga y se la regaló a su gran rival, el Real Madrid de Capello. Era el primer disgusto para una ciudad que no sabía que se trataba sólo del principio. Unos días más tarde, el club azulgrana, pero en su versión baloncestística, también perdería la liga ACB frente al eterno enemigo.
Pero el desastre monumental vino con las infraestructuras. El 22 de junio se producía la primera incidencia en la red ferroviaria de cercanías. Un tren Euromed, que circulaba sin viajeros, descarriló y produjo cortes en diversas líneas que afectaron a más de 165.000 usuarios. Los retrasos, las averías y las reducciones en los servicios de trenes se sucederían a lo largo del verano hasta el punto de que, el 3 de agosto, 400 pasajeros de una línea de cercanías pasaron más de dos horas y media atrapados en los vagones, lo que provocó un caos en la estación de Sants, que afectó a unos 24.000 pasajeros y 90 trenes.
Y luego está lo del apagón. El 23 de julio, más de 350.000 ciudadanos barceloneses lo vieron todo negro. La caída de un cable aéreo encima del tendido de una central de distribución desencadenó una serie de cortocircuitos que provocaron sendos incendios en dos transformadores eléctricos. La oscuridad duró tres días, teniendo que colocarse grupos electrógenos para atender a hospitales, estaciones y zonas residenciales. Pero el ruido era tan ensordecedor que los vecinos de estos lugares no podían dormir y manifestaron sus protestas a los delicados acordes de multitudinarias caceroladas.
El aeropuerto del Prat de Barcelona se vio sumido los días 5 y 6 de agosto en un caos de facturación. En la carga y descarga de maletas se perdieron los equipajes de cientos de viajeros, además de sufrir los retrasos pertinentes.
Lejos de mejorar, las líneas ferroviarias han seguido registrando desagradables incidencias. La última de ellas, el deslizamiento de tierras en un túnel de de Ferrocarriles de la Generalitat (FGC), próximo a las obras del AVE, ocurrido el pasado sábado. A raíz de ello se han interrumpido a lo largo de esta semana los servicios de dos líneas de cercanías y ha afectado a los trenes de Media y Larga distancia que llegan a Barcelona. A pesar del Plan Alternativo de Transporte, el ciudadano medio ha pensado. "¿Que no hay tren? Pues cojo el coche". El resultado, desesperantes colas de automóviles en las carreteras catalanas. Y a ello se une la reciente demora en las obras de ampliación del Puerto de Barcelona. Un clavo más en el muñeco de Montilla. Quien le esté haciendo vudú no está teniendo piedad.
¿Quién puede ser el culpable? Por los millones declaraciones de los últimos días, hay varios candidatos en la otra orilla del río. Aunque todo depende de cuál sea el río, el que une a Montilla con su propio partido en Madrid, vía Fomento, o el que separa al PSC de los enemigos de la oposición. Aunque muchos, de una y otra orilla, apuntan a un alimento, parcialmente envuelto en papel, que se toma con el café. El que se quiera MOJAR, que se MOJE.
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